En la mitad del siglo XX, Acapulco pasó de ser un pueblo de pescadores a un destino turístico mundial.
En los años 50, para llegar al puerto había que atravesar la carretera México- Acapulco, que era esencialmente un camino en medio de un bosque exuberante que se transformaba en cada kilómetro. Entre más se avanzaba más aumentaba el calor, y se apreciaba espacios vendes, un mar limpio que no estaba rodeado de tantos hoteles ni de tanta gente en la arena.
Esto se debió, en parte, al gran desarrollo que tuvo este sitio en los 50. En esta década se inauguró la Avenida Costera Miguel Alemán, comenzaron a instalarse los grandes hoteles y hasta abrió sus puertas el aeropuerto. El mismo Miguel Alemán lo visitó durante una semana, y nadó en el mar a las 11 de la noche.
Y es que aunque resulte difícil de imaginar, existió un Acapulco cuya esencia estaba lejos de los resorts. Una época en la que las calles terminaban en una playa y lo único que se requería de las vacaciones era nadar en el mar y luego pasar la tarde en la terraza de un hotel que prometía vista a la bahía.
Algo tenía esta playa que no se parecía a ninguna del planeta. Quizá por eso, en 1947 llegó ahí, con todo y su gran producción de Hollywood, el mítico Orson Wells para filmar La dama de Sahangai un clásico del cine negro que estaba protagonizado por la no menos mítica Rita Hayword. En esta cinta hay una buena colección de imágenes de la época. Un poco de Caleta y Caletilla, el Hotel Casa Blanca y hasta algunas tomas del barrio de la Candelaria.
Un año después llegó, Robert Florey para dirigir Tarzan y las Sirenas. Aunque no dejó una gran huella en la historia del séptimo arte, sí dejó para siempre la constancia de que en el puerto existía La Quebrada.
En tanto Emilio “el Indio” Fernández rodaba, por el 52, una película llamada Acapulco, protagonizada por Elsa Aguirre, Silvia Pinal y Pedro Infante se paseaban en el mar, Tin Tan tomaba el sol con lentes y Kennedy, antes de ser Kennedy, veía el atardecer en su luna de miel.